Los astrónomos dicen que las temperaturas del viento solar y de las nubes de gas interestelar son de miles y algunas veces de millones de grados, pero también afirman que la temperatura del fondo cósmico es de menos 455 grados Fahrenheit (-270 ºC). Un termómetro en el espacio leería algo entre esos dos extremos, dependiendo de si está en el sol o en las sombras.
Excepto por las densas nubes que envuelven a ciertas estrellas, la mayor parte del gas en el espacio es demasiado fino como para calentar ninguna cosa. Esencialmente, no existen suficientes partículas de gas como para “chocar” entre si, y por ende como para transferir el calor a un objeto.
El viento solar, por ejemplo, golpea las naves espaciales con sus altamente energéticas (o lo que es lo mismo, de alta “temperatura”) partículas ionizadas, pero el ritmo de colisión es mil billones de veces menor que el de las moléculas de gas existentes en la atmósfera de la Tierra.
Esto deja a la radiación como único mecanismo de intercambio de calor posible en la mayoría de los ambientes del espacio. Un objeto (o astronauta) protegido del sol y la luz de las estrellas, radiaría al exterior casi todo su calor – enfriándose hasta alcanzar la gélida temperatura del fondo cósmico. Un frío así de espantoso solo se puede evitar si existen cálidos rayos que se puedan absorber.
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